OTROS
REENCUENTROS EN EL MALECÓN EN LA OBRA DE FRANCISCO GOVÍN.
Este
artista tiene algo en común con el francés Odile Redon, en cuanto a
que su originalidad consiste en traer a la vida, de un modo humano,
seres probables –y no improbables, tal como argumenta Odile- y
hacerlos vivir de acuerdo con las leyes de la probabilidad pero
poniendo –tan lejos como sea posible- la lógica de lo visible al
servicio de lo invisible. Como dije en una ocasión, en él existe el
deseo desesperado de librar una batalla tras otra, una aventura que
expresar una y otra vez y un deseo desesperado de que la belleza no
sea lo único a salvar.
En
su obra se cumple la frase proferida por Michel Seuphor, en lo
referente a que “a medida que nos internamos en nosotros mismos,
más clara y más imperativa será la imagen que podamos dar de
nuestras sedimentaciones interiores: sólo así nuestra expresión
será universal”. Como
tal es esta configuración a modo de un expresionismo insólito,
caribeño, debido a su concepción, a su penetración, a su hondura
en lo que podemos considerar como la cuestión existencial por
excelencia.
Es
una mirada plástica y figurativa, de tonos sombríos, y hasta muy
sombríos, y claros, de ensimismamientos y laberintos, donde se
ofrece en unos espacios concretos una reflexión ontológica que
alimenta unos escenarios que hablan de realidades determinadas, de
reencuentros silenciosos, taciturnos, desventurados, de nostalgias
imprecisas y de un Malecón que lo ve todo sin aparecer en nada.
También
escribí, en lo relativo a su obra, que el mundo caribeño en el que
se inserta no lo concibe disfrazado sino desnudo y perdido en un
tiempo inmóvil, en un desfallecimiento que se conserva impotente
desde todos los ángulos, en una languidez que lo contagia hasta
detener el juego de ficciones y confesiones.
Quizá
lo que más dificultad le supuso es el no ir de ensueño en ensueño,
de no incurrir en un onirismo en el que se extraviaría la lucidez de
sus designios, secretos y esperanzas, así como sus ajustadas
percepciones cromáticas, sus
imaginerías, que son el vehículo de un lenguaje absorto en sus
vivencias, creencias y evocaciones.
Y
al final se vislumbran más formas en esta muestra de su trabajo, que
se intuyen como la obtención de un lugar dentro de un contexto
físico, cultural, social, etc., que le permita una permanente
revisión del conjunto de sus identificaciones, ya pertenezcan a su
ser más inmediato como a la verdad de unas visiones que llenan
vacíos, ausencias y retornos.
Gregorio
Vigil-Escalera
Miembro
de AECA/AMCA
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